“Anoche
soñé que volvía a Manderley”.
Esta mágica evocación de la innominada
protagonista de Rebeca (Alfred Hitchcock , 1940) […]. Ahí está condensado todo: la
nocturnidad, el ensueño, la rememoración. ¿Cuántas películas no podrían haber
comenzado con una ligera variación de esta frase inmortal? Anoche soñé que
volvía a Nevers. Anoche soñé que volvía a Marienbad, a Bray, a Rímini, a
Calcuta. O al planeta Tierra. O simplemente al rincón de las fresas salvajes.
Las brumosas imágenes que preceden la frase,
sobre las cuales desfilan los títulos de crédito, y el subsiguiente plano de la
luna llena cubierta de nubarrones sobre el que se pronuncia, añaden el misterio,
lo irracional quizás. Luego, el sinuoso travelling
que avanza sobre el irreal decorado, […]. Un travelling que, si discursivamente es
uno, técnicamente son tres, engarzados como en un
continuo mediante efectos lumínicos, de la niebla, de la sombra proyectada por
la luna; efectos que todavía resaltan más la calidad feérica de la ensoñación.
Una inmersión en lo onírico, como posteriormente también impulsarán las noctámbulas cámaras en
movimiento de El año pasado en Marienbad
(Alain Resnais, 1961) o India Song
(Marguerite Duras, 1974).
Claude Ridder (Claude Rich), el protagonista
de Te amo, te amo (Alains Resnais, 1968), carece de
identidad precisa, casi tanto como Mrs. de Winter II en Rebeca. Tampoco sabemos nada de
él cuando comienza su peculiar y convulsa rememoración, excepto que ha
intentado suicidarse[…]. Aún más, la cámara
de Resnais, altanera, decide dedicar todos sus primeros planos anteriores al
viaje temporal de Claude a los médicos y científicos que atienden a nuestro
hombre, mientras que él se difumina en los planos generales o medios, siempre
compartidos con otros. Tan sólo, excepción significativa, es casi el centro de
un plano medio corto reservado para él solito, el primero en que aparece, cuando
duerme en la cama del hospital, cuando sueña,
convaleciente tras su frustrado intento de suicidio. Y una segunda excepción,
más tarde, como de pasada, nos muestra a Claude en el extremo derecho del
cuadro, también en plano medio corto, acariciando una maqueta de forma
cerebral, la del artefacto que le permitirá viajar al pasado. No cabe duda: es
un hombre ensimismado, siempre a vueltas con sus sueños, con su mente.
Los planos iniciales de Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972) parecen surgir de las brumas de Rebeca. Un entorno
natural, más húmedo que neblinoso, nos predispone a un ánimo melancólico
proclive a la evocación, mientras que una humilde balsa nos retrotrae a los
mares de Rebeca y Te amo, te amo,
a la vez que nos anuncia el Océano galáctico al que pronto hemos de viajar.
Incluso hay un plano que encajaría fácilmente en los créditos del film
precursor, aquél en que Kris Kelvin (Donatas Banionis) se encamina a la dacha desde
la ciénaga de sus recuerdos: un plano cuyo centro lo ocupa masivamente el
tronco de un roble que parece directamente trasplantado de Manderley. No acaban
ahí las concomitancias: para acabar de dar pábilo a nuestra memoria cinéfila
resulta que el moreno Kris Kelvin tiene un mechón blanco en el tupé, exacta
réplica del de Maxim de Winter.
...
Texto completo
Anoche soné que volvía a Manderley
Anoche soné que volvía a Manderley
Video ensayo realizado por Fernando Usón Forniés
Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940)
Je t'aime, Je t'aime (Alain Resnais, 1968)
http://www.veoh.com/watch/v19208746WA9ffqrA
Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972)