El cine-tren de Medvedkin
Por Adrián Tomás Samit
1. Introducción
Resuena la hipnótica voz de
Chris Marker, y como todo lo que nos ha dicho a lo largo de su historia, de la
Historia, es un descubrimiento magnífico para el que ve por primera vez una de
sus películas. Al mismo tiempo es toda una revolución y una declaración de
intenciones. Y una reflexión y un ensayo también. En esta ocasión, Marker nos
devuelve a la vida a Aleksandr Medvedkin. Dentro del sublime documental El último bolchevique (Le Tombeau d’Alexandre, 1993), Marker
hace una para en el camino para hablarnos de el cine-tren de Medvedkin. Del que
ya nos había hablado en un cortometraje documental previo con el título de El tren en marcha (Le train en marche, 1973).
“En un país en el que la vía férrea era el único medio de comunicación,
un tren mítico cruzaría todo el país… y desde ahí, todo el cine documental y
ficción mezclados… desde Aleksandr Dovzhenki a Ilya Trauberg… del Tren Mongol
al Expreso Azul…todos tenían su tren. Pero, claro está, tu tren sería único”.
“No digo que sea fácil montar un estudio de cine en vagones de tren…
pero, éramos jóvenes y nos pareció interesante sacar el estudio de una habitación
y ponerlo en vagones”. Cogimos tres vagones de pasajeros, vaciamos todo su
interior, liberamos todo el espacio posible e instalamos los aparatos más
importantes. Lo primero, lo más importante, el laboratorio, una mitad del
vagón. La otra mirad se transformó en la sala de montaje. Al lado había un
banco de animación para filmar los títulos y hacer los dibujos animados […]Podíamos llegar a todas partes, parar el
tren, rodar las películas, revelarlas allí y enseñarlas enseguida a quienes
habíamos filmado. Lo importante es que éramos un grupo de entusiastas de
jóvenes románticos dispuestos a afrontar cualquier obstáculo”.



Con el análisis de la
primera parte de este estudio realizado por el cineasta ruso, vamos a dar
comienzo a una serie en la que trabajaremos otros tres documentales del
cine-tren de Medvedkin.
2. ¡Cuida tu salud!
Marker
no fue el primer cineasta en hacer un primer plano de un gato. Nadie lo hizo
con tanto cariño como él, pero Medvedkin se le adelantó. La poeticidad y la pedagogía
se dan la mano en una obra puramente cinematográfica que comienza con un gato
lavándose. Se estima que el gato es el animal más limpio. Pero también se le
dice a una persona que apenas se moja la cara cuando se levanta por las mañana
que se limpia como un gato. Medvedkin realiza un montaje paralelo entre el gato
y un par de hombres acariciándose el rostro con el agua.
Un
plano más amplio nos enseña a ese hombre bajo una ducha de la que caen
estrechos chorros que mira con temor. De repente, una cascada de agua cae sobre
él. Salta el primer cartel: “¡No tengas
miedo al agua!”. Sobre otro hombre cae otro chorro considerable que
prácticamente lo hunde (bajo el agua).


“¿Cómo hay que lavarse?” se pregunta el
segundo rótulo. Entonces se nos presenta a un hombre rapado que se enjabona las
manos compulsivamente detrás de una cortina formada por chorretes de agua.
Planos más cercanos nos muestra un enjabonamiento que frota y frota al ritmo de
un hipocondríaco. Salta una cartela con un “2”.
Ahora el hombre, con lo brazos bien blancos de jabón, se recorta las uñas.
Nuevamente, un plano más cerrado detalla la acción. “3” indica otro rótulo. El hombre se aclara el jabón de los brazos
con el agua. Se repite el esquema plano media a primer plano/plano medio corto.
“4”. Una vez con las manos y los
antebrazos bien limpios, toca meterse jabón hasta en los ojos. “5”. Nuestro protagonista parece cubierto
por una máscara fantasmagórica, similar a las famosas máscaras teatrales
griegas. El interior de las orejas, también, bien limpio. “6”. Aclarado. Las ducha puede terminar. En grande, el título de la
película: ¡Cuida tu salud!, así, con exclamación. Es algo importante y en ese
periodo apenas se tiene en cuenta.

Un
militar, acaricia el lomo de un caballo. Los dos planos que se van acercando al
protagonista aquí ya son tres, haciendo hincapié en esa caricia.
Posteriormente, el hombre se sacude las manos y se rasca un ojo con el meñique,
como si este estuviese más limpio que los demás (cosa que hoy en día, también,
todo hemos hecho alguna vez). Le da una palmada al caballo para despedirse. El
siguiente plano, un hombre con los ojos llorosos, infectados. No puede ni
abrirlos. Sale del cuadro. Por si el mensaje no está claro. Un rótulo lo
recuerda: “¡Acostúmbrate a lavarte las
manos con frecuencia!”. Y volvemos a las imágenes de nuestro primer
protagonista enjabonándose compulsivamente las manos.

Nuestro
protagonista es alguien al que se le ve el cartón, literalmente. Probablemente
causado por esos piojos. Se nos muestra un plano de detalle de esa maraña de
pelos que tiene en la cabeza, cuño flequillo es digno de David Lynch. “¡Córtate el pelo a menudo!”, impera el
rótulo. Y sigue la evolución del corte capilar. El plano no muestra más que la
cima de la cabeza, dejando fuera los ojos, identificando a este personaje con
cualquiera que esté visionando el film. Una vez ha terminado el proceso, los
soldados estarán tan fuertes y rapados como Popeye.
“¡Sin bañarse no hay salud!”. Una ducha
“griega” con todos los hombres bañándose juntos, en unas poses cuasi
renacentistas. El más cercano se levanta y se lanza el pozal de agua por
encima. “Pero no todo el mundo sabe
bañarse…”. Y Medvedkin nos recuerda la tumba del soldado bajo el árbol de
la colina. Fundido a negro que nos acerca a esa muerte. “Prepárate para el combate…¡con un entrenamiento de limpieza intensiva!”.
El mismo Medvedkin se permite jugar con la picaresca. Recuperamos los planos
del hombre enmascarado por el jabón, al tiempo que se alterna con un saltador de trampolín que cuya imagen va en
retroceso.

Vuelve
la enumeración en flashes de rótulos y se repite el procedimiento que vimos
inicialmente, ahora llegando hasta el hombre cubierto de jabón por completo. También
se nos recuerda que hay que cortarse las uñas de los pies después del baño. Y
las de las manos, que tiene que estar bien blancas. El último recordatorio es
que “El sudor y la grasa impregnan la
ropa interior. La ropa interior sucia implica un cuerpo sucio”. Un ingenuo
hombre, interesante el trabajo de las miradas más allá del documental,
consciente de la representación, se rasca el sobaco. Los piojos también vuelve
a recuperar importancia, pues “transmiten
el tifus”. Y como una plaga que invade el cuerpo, los piojos entran en el
plano vacío para saturarlo. Volvemos al hombre rascándose las ropas y el rótulo
repite que se “vigile la limpieza de tus
mudas”. Entonces se relacionan ambos conceptos: “La suciedad y los piojos atraviesan la ropa”, dice la cartela. Así
que hay que sacudir la ropa a diario.
Dogmático,
reiterativo, divertido también visto con nuestra entrenada mirada. Lo que es
indiscutible es el dominio del lenguaje cinemtográfico que tiene Medvedkin y
como supo aplicarlo a lecciones de higienes, entre muchas otras, que fueron
recorriendo la Unión Soviética, y que iremos analizando aquí de ahora en
adelante.
Diferentes trabajo de Aleksandr Medvedkin y el cine-tren se pueden encontrar en el pack editdao por intermedio.