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En
1930 se embarca en el proyecto de La
aldea maldita, considerada obra maestra del cine español mudo. Pero, como
analiza Agustín Sánchez Vidal: “solo se
puede hablar de una versión muda con las debidas matizaciones, ya que se
exhibió comercialmente sonorizada, a excepción de su pase restringido en marzo.
Lo que sucede es que esta copia muda de trabajo es la que parece haber
sobrevivido”. Y es que La aldea maldita, su primera versión, la de 1930
(luego cuenta con una versión sonora en 1942 de menor calidad, incluso de “alcance ideológico opuesto al de su
antecesora”) partía con la idea de ser una película sonora, pero debido a
los problemas de sonorización de la época, que Florián Rey ya había sufrido en Fútbol, amor y toros, decidió rodar La aldea maldita como si fuera muda y
sonorizarla posteriormente. Y esto tiene sus repercusiones en el film, sin
restarle un ápice de calidad, por ejemplo “la película dista de ser parca en
rótulos explicativos, pero éstos suelen estar justificados, no sustituyen de
manera innecesaria a la imagen, y los personajes y las situaciones nos son
presentados en términos plenamente audiovisuales”.

Uno
de los logros de la película es el uso de la elipsis, “se utilizan con gran pertinencia y los planos suelen adjetivarse por
contigüidad, deduciéndose de ellos una presentación de los problemas desde
varios puntos de vista que no debe confundirse con las opiniones del
realizador, que están mucho más en sordina”, apunta Vidal. A esto sumar las
interpretaciones de los actores, nada teatral (fuera de los cánones de la
época), “que evita el deslizamiento hacia
el melodrama gratuito”. También la puesta en escena está a un nivel
superior del cine de la época, los encuadres, el movimiento de los personajes,
“uno de los recursos que maneja el
director con mayor habilidad es la transgresión de las salidas y entradas de
campo más convencionales, haciendo que los personajes se encaminen directamente
hacia la cámara [y no saliendo por los laterales del encuadre, lo habitual,
y teatral], como si pasaran a través del
objetivo”.
Por
último, cabe señalar el uso de la iconografía, por ejemplo, “el contexto evangélico que sugiere el nombre
de Magdalena se ve reforzado por el auténtico vía crucis que ha de pasar
Acacia, que está a punto de ser lapidada como la adúltera bíblica” o “en la secuencia del éxodo de las carretas,
una mujer recoge el hilo de una rueca, como un Parca”. Esta película
restaurada por la Filmoteca Española da cuenta de que en nuestro país también
se hace buen cine desde esta “aldea maldita” hasta El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), El cant dels ocells (Albert Serra, 2008)
y muchas otras películas realizadas con criterio, sinceridad y pasión por el
cine.