martes, 20 de enero de 2015

El francotirador (American Sniper, Clint Eastwood, 2014)



La última película de Clint Eastwood, El francotirador (American Sniper, 2014), ha sido el film más polémico entre las recientes nominadas a los Oscar. Pasó desapercibida en el resto de pomposos galardones para verse como de repente, un extraño; tanto a nivel de reconocimientos por parte de la Academia como de taquilla (el mejor estreno de la historia en un mes de enero). Este segundo hito se debe principalmente a dos razones: esas 6 nominaciones y la controversia que ha despertado el film. 

Resumidamente, ¿por qué el film de Eastwood no encaja en las quinielas de la mayoría de críticos este año para llevarse la estatuilla dorada? Si damos un vistazo rápido a la lista veremos que los nominados son principalmente producciones “independientes” (o no procedentes del núcleo de Hollywood) y ofrecen una “innovadora” originalidad basada en el estilo narrativo y/o visual. Las más destacadas, y que parten como favoritas: El gran hotel Budapest (Wes Anderson), Birdman (Iñarritu) y Boyhood (Linklater). Comparados con estas y el resto, el film de Eastwood es el más serio y trascendente representante del clasicismo cinematográfico heredado de Hollywood, o en otras palabras, la película más neoclásica.

Con El francotirador Eastwood  se aferra a su estilo clasicista, sobrio y sereno. Un montaje (también nominado) que comienza en el “presente” para hacer un flashback hasta la infancia y seguir al personaje hasta el momento en el que comienza el film y de ahí seguir en adelante sin saltos cronológicos. El escenario y la trama tampoco se complican, el film alterna las estancia en la guerra de Irak con los regresos a casa. Un film de apariencia tan sencilla y estilo tan reconocible que puede darnos la sensaciones de que lo que estamos viendo y nos está contando ya lo hemos visto y ya lo sabemos. Pero la sobriedad y contundencia narrativa de Eastwood y el magnifico trabajo de su equipo (de hecho en ocasiones da la sensación de que Eastwood ha dejado bastantes decisiones a sus colaboradores) hacen que el film sea mucho más solido que propuestas similares acerca de la guerra de Irak.


Y es que esta película podría haberse desarrollado en cualquier otra guerra, y esto es lo más punzante del film, que parece que desde Vietnam los Estados Unidos no han cambiado. Las razones de las contiendas y sus resultados, físicos y psicológicos siguen siendo los mismos, incluso peores que antes. Sería interesante una comparación entre los retratos de dos héroes de guerra: Roy Kovic (Tom Cruise) en Nacido el 4 de julio (Oliver Stone 1989) y Chris Kyle (Bradley Cooper) en El francotirador. A diferencia del film de Stone, declarado abiertamente antibelicista, cercano a ser, si es que no lo es, panfletario; el de Eastwood es una mirada cuasi documental, que no juzga, sino que muestra. Es un arma de doble filo que hiere al film en su lectura final, pues las interpretaciones que se pueden sacar pueden fortalecer tanto a los patriotas defensores de las armas y la guerra que quieren leer un discurso a favor de su héroe que abatió a más de cien iraquíes; o puede ser una dura crítica contra la dureza de una guerra que lleva a graves problemas psicológicos, familiares, etc. Eastwood no se posiciona claramente hacia ningún lado, lo que origina una película seria y honesta por su parte, un film de apariencia sencilla pero muy complejo, pero que provoca que cuando cae en malas manos puede ser una exaltación de aquello que, en el fondo no pretende ser.

Otro punto del que adolece un tanto la película es su guión y ciertas decisiones del punto de vista. Aceptamos el estilo clasicista de Eastwood y esa idea Hitchcockiana de que “el drama es una vida de la que se han eliminado los momentos aburridos”. Pero el hacer interesante la historia de Kyle provoca ciertas estrategias de guión manidas: la relación con su esposa, necesaria y reveladora pero cuyos momentos parecen ser de recurso (la conversación telefónica que se pierde cuando comienzan a atacar a Kyle y deja a su mujer al borde de un aborto inesperado); al igual que los momentos seleccionados sobre su participación en Irak, siempre sucesos importantes, nunca el tedio y la espera; incluso surge un antagonista idéntico, el francotirador del ejercito rival, que terminará siendo el principal objetivo a batir. De hecho, la cámara, siempre pegada a nuestro protagonista, sólo se aleja de él cuando su archienemigo se pone manos a la obra, buscando generar la tensión, la rivalidad y el suspense de una manera que sólo existe en la ficción. Esto provoca que el guión quedé un tanto previsible y sin la misma fuerza que transmiten su imágenes.


Principalmente el rostro de Bradley Cooper, un actor que no destaca por su personalidad ni grandes dotes, pero que aquí logra una de sus mejores interpretaciones transformándose por completo en el personaje, haciendo olvidar a quién lo interpreta. A esto ayudan los sostenidos planos sobre su mirada, demostrando que gran parte del trabajo actoral más que en la boca se encuentra en los ojos. Se dirá que ha estado nominado al Oscar por hacer un “de Niro” y engordar 20 kilos (de músculo) para el papel, pero más que bíceps y pectorales, la transformación de Cooper ha sido hacia la contención y la profundidad de sus artificiales ojos azules que siempre miraban el lado bueno de las cosas.


En resumen, El francotirador no es una película perfecta, pero muy acorde a los tiempos que corren y con un mensaje, que aunque se puede malinterpretar, dice mucho del estado de las cosas en el imperio norteamericano. Quizás la palabra más adecuada sea: contundente. Y encontrar eso en una película estadounidense hoy en día es mucho decir, y pocos directores tienen la destreza para llevar un proyecto hasta este punto. Nada es tan sencillo como parece y tenemos que saber mirar, y la vida es tan ambigua como aquel que la vive y la interpreta a su manera. El film de Eastwood contiene la sabiduría necesaria para hablarle al espectador de tú a tú, confiando en que encuentre la respuesta correcta a lo que se le ha mostrado. Porque (o Pero), al fin y al cabo, como ya decía el mismo Eastwood: “las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo”.