Florián
Rey comienza como actor “galán” para Atlántida SA; continúa una trayectoria
como actor teatral a la par que actor de cine en películas de José Buchs. Saltó
a la fama con La verbena de la Paloma
( José Buchs, 1921) y con La casa de
Troya (Noriega y Lugín, 1925) conoce a Juan de Orduña con quién funda Goya
Films, esto le permite convertirse en realizador. Sus primeras películas son
adaptaciones de zarzuelas, algo típico de la época, como es el caso de La revoltosa (1924), película de calidad
sobre el resto de producción nacional. Otro de sus éxitos llegó con La hermana San Sulpicio (1927), una
comedia burguesa con Imperio Argentina (en el intento de crear un star system a la española); y más
adelante, con una película costumbrista ya desde su título: Fútbol, amor y toros (1929). En seis
años realiza una docena de películas que le crean un nombre y un sello de
calidad tanto en la industria como con el público.
En
1930 se embarca en el proyecto de La
aldea maldita, considerada obra maestra del cine español mudo. Pero, como
analiza Agustín Sánchez Vidal: “solo se
puede hablar de una versión muda con las debidas matizaciones, ya que se
exhibió comercialmente sonorizada, a excepción de su pase restringido en marzo.
Lo que sucede es que esta copia muda de trabajo es la que parece haber
sobrevivido”. Y es que La aldea maldita, su primera versión, la de 1930
(luego cuenta con una versión sonora en 1942 de menor calidad, incluso de “alcance ideológico opuesto al de su
antecesora”) partía con la idea de ser una película sonora, pero debido a
los problemas de sonorización de la época, que Florián Rey ya había sufrido en Fútbol, amor y toros, decidió rodar La aldea maldita como si fuera muda y
sonorizarla posteriormente. Y esto tiene sus repercusiones en el film, sin
restarle un ápice de calidad, por ejemplo “la película dista de ser parca en
rótulos explicativos, pero éstos suelen estar justificados, no sustituyen de
manera innecesaria a la imagen, y los personajes y las situaciones nos son
presentados en términos plenamente audiovisuales”.
Otro
de los elementos que condicionan el resultado final es el presupuesto, 22.000
pesetas del propio realizador y del actor Pedro Larrañaga, lo que le permitía
total libertad creativa. La película, pese a tener una pátina costumbrista
cuenta con elementos formales propios del cine soviético (el montaje), el cine
de cámara alemán (Kammersfield),
ciertos elementos expresionistas y una construcción narrativa de
plano/contraplano digna del cine americano. Podemos hablar de una película
dentro de los parámetros del denominado “cine internacional”, un cine que cuenta
con partículas elementales de las corriente más predominantes del momento y que
tiene su mayor logro en Amanecer (Sunrise, F.W. Murnau, 1927). Lo que da cuenta del conocimiento
cinematográfico de Florían Rey.
Uno
de los logros de la película es el uso de la elipsis, “se utilizan con gran pertinencia y los planos suelen adjetivarse por
contigüidad, deduciéndose de ellos una presentación de los problemas desde
varios puntos de vista que no debe confundirse con las opiniones del
realizador, que están mucho más en sordina”, apunta Vidal. A esto sumar las
interpretaciones de los actores, nada teatral (fuera de los cánones de la
época), “que evita el deslizamiento hacia
el melodrama gratuito”. También la puesta en escena está a un nivel
superior del cine de la época, los encuadres, el movimiento de los personajes,
“uno de los recursos que maneja el
director con mayor habilidad es la transgresión de las salidas y entradas de
campo más convencionales, haciendo que los personajes se encaminen directamente
hacia la cámara [y no saliendo por los laterales del encuadre, lo habitual,
y teatral], como si pasaran a través del
objetivo”.
Por
último, cabe señalar el uso de la iconografía, por ejemplo, “el contexto evangélico que sugiere el nombre
de Magdalena se ve reforzado por el auténtico vía crucis que ha de pasar
Acacia, que está a punto de ser lapidada como la adúltera bíblica” o “en la secuencia del éxodo de las carretas,
una mujer recoge el hilo de una rueca, como un Parca”. Esta película
restaurada por la Filmoteca Española da cuenta de que en nuestro país también
se hace buen cine desde esta “aldea maldita” hasta El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), El cant dels ocells (Albert Serra, 2008)
y muchas otras películas realizadas con criterio, sinceridad y pasión por el
cine.