El
advenimiento del cine digital trajo consigo aquella estrella del norte que fue Collateral (2004) dirigida por Michael
Mann (del cual estos días se está hablando muy bien gracias a esta línea
continuista del píxel que es Blackhat).
Este film de un taxista que en la noche de Los Ángeles es sometido a los
designios de un sicario pulcro y que sabe cómo y cuando hablar, sentó cátedra y
ha sido uno de les referentes para retratar la atmosfera y el carácter de la
capital de California desde su propia industria. En 2007 David Lynch convertía
la ciudad en una pesadilla y tensaba el digital convirtiendo la ciudad en su Inland Empire. Y en 2011 llegaba otro
pulido retrato nocturno de L.A. y los oscuros seres que la habitan en Drive. Y ahora, Dan Gilroy vuelve a rebuscar por la
basura de la gran ciudad y encontrar en ella a un rondador nocturno, a un Nightcrawler, extraño reflejo de una
cultura del consumo tan macabra como insaciable.
Louis
Bloom (Jake Gyllenhaal), al que Gilroy parece querer establecer descendencia
con el Leopold Bloom del Ulises (1922) de James Joyce, aquel otro
rondador sin oficio ni beneficio, es un ladrón de poca monta que no encuentra
trabajo. Cosas del destino cinematográfico, una noche descubrirá la posibilidad
de ser “reportero” freelance en busca de noticias amarillistas con las que
ocupar las portadas de los telediarios. Una vez le coge el gusto sus ansias de
escalar le hacen ir perdiendo (si es que alguna vez lo tuvo) el sentido de la
ética y la responsabilidad moral. De su mano irá una directora de informativos
que sólo quiere levantar los índices de audiencia. Cosa que sólo se consigue
con sangre. Y ahí entra un tercer protagonista del que el film no habla, pero
es el más aterrador: el espectador, que se presta a esas practicas deplorables
y que hacen que lo que empezó como un trabajo ratonero para Bloom termine
siendo una empresa sólida y con significativos beneficios. Ya vimos en Pozos de ambición (2007) como el éxito
esta teñido de sangre y el self-made man
americano es, desde los orígenes de la nación (o eso al menos podemos concluir
de una crítica filmografía generada a lo largo de los años) un ser con mucha
labia, aires de grandeza y sin remordimientos.
Por
otro lado nos encontramos con los medios de comunicación, tan insaciables y
ciegos, o por lo menos daltónicos, incapaces de distinguir el color de la
sangre. Las manipulaciones de La cortina
de humo (1997), la crítica (aunque mala siempre buena) y la violencia de Network (1976) o los despotriques homofobos
y racistas de Los chungitos en GH VIP
(2015). La televisión, o los mass media,
como un El gran carnaval (1951). La
televisión es un vampiro, o un licántropo sediento de sangre y vísceras, como
Gilroy sugiere con esa luna llena que abre y cierra el film. Es estremecedor el
momento en el que la directora de los informativos le ordena a los
presentadores a través del pinganillo que le pongan suspense al drama mientras
la cámara de Bloom se acerca a una cuna después de haber presenciado un
tiroteo. Esto lo hace a sabiendas de que no hay tal bebé, pero quiere llevar la
emoción, la pulsión de muerte del espectador al límite.
El
mensaje, en este sentido es claro y ácido como una víbora, animal en el que se
convierte Bloom generando para su propio beneficio un tiroteo con persecución,
perfecto para llevarle a la cima de su profesión. La atmosfera esta muy
lograda, y el ritmo no decae en ningún momento. De la misma manera que la
película será recordada básicamente por la absorbente interpretación de
Gyllenhaal. El film se constituye en entretenimiento en si mismo, y nos hace
que como espectador queramos seguir viendo como Bloom va haciendo crecer el río
de sangre y bajando a los infiernos, que hoy en día tienen forma de plató de
televisión con las vistas de la ciudad de fondo. Así pues, la película se
vuelve contra si misma y lo que pretende criticar, en cierta manera genera la
pulsión que hace que tengamos interés en seguir viéndola. Nos manipula, al
igual que Bloom manipula a cada cual que se le pone por delante, y si no puede
le asesta un buen golpe. Pero hay un tercer factor que afecta a este
desequilibrante y provocador film, y es que desde la iluminación de sus
primeros planos se percibe que el mundo retratado es algo falso y artificial,
que es una película, no está diciendo. ¿Entonces, en qué quedamos? Nightcrawler
es un film que plantea muchas dudas, especialmente sobre la representación. El
personaje de Bloom está cerrado herméticamente y parece no tener pasado ni
futuro detrás de él, lo que dificulta el, por lo menos, empatizar con él,
entenderle. Aún en Taxi Driver (1976)
habían unas consecuencia psicológicas generadas por una guerra, pero aquí
simplemente tenemos el boceto, el primer plano de un personaje muy potente y
con mucho atractivo pero del que no sabemos apenas nada, un mero muñeco de
cuerda a las ordenes de un guionista y director que lo tiene todo tan maniatado
que la solidez del conjunto se diluye al final.
Cuando
la luna llena ha desaparecido de la pantalla y el impacto en el espectador se
vuelve reflexión. Porque es ahí a donde el film quiere llegar (o eso espero)
ante tanta contradicción, dudas, desequilibrios o como más conveniente nos sea
llamarlo, que la televisión de hoy en día no da pie a la reflexión, sólo busca
el impacto (fácil, a ser posible). No hay que pensar, sólo emocionarse, y los
que la manejan deben estar sedados ante tantas montañas de basura. Con lo que
me viene una letra de Los Planetas que no hasta que punto viene al caso pero
resonó varias veces mientras veía la película:
En
montañas de basura,
en
montañas de basura,
en
montañas de basura,
en
montañas de basura.
Ningún
beso de cordura,
ningún
beso de cordura,
ningún
beso de cordura,
ningún
beso de ...
Dios
me tendrá que proteger.
¿Qué
va a pasarme en esta vez?
¿Qué
va a pasar si me entrego y no funciona?
¿Qué
va a pasar si me tiro al barro ahora y sale mal?
¿Qué
va a pasar si no puedo soportarlo?
¿Qué
va a pasar si decido dar el paso y sale mal?
Aguantaré,
podré escapar, podré volver.
Mi
vida va a ser mejor de lo que fue.
¿Qué
va a pasar si no lo es?
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