Dentro de la socorrida temática del retrato biográfico
que el cine se empeña en abordar año tras año de cara a la galería de premios[1],
y que no suele tener grandes resultados de valor cinematográfico, especialmente
cuando se decide abordar a una figura del mundo del arte, el film de Mike Leigh
se ilumina como una de las pinturas de aquel a quien retrata: J.M.W. Turner,
uno de los pintores más influyentes y respetados, a día de hoy, de la historia.
Acercarse a esta figura de la manera que hace el film no era fácil, pues no es
nada complaciente con el pintor, pero si sincera y capaz de recoger lo más
importante de toda película que quiera ser más que una simple biografía: la
esencia de aquel a quien retrata. ¿Y cómo lo logra? Alejándose del Mr. Turner
pintor para acercarnos al Mr. Turner humano: un hombre educado pero sin
miramientos, severo pero comprensible, desagradable pero atrayente. Un hombre
lleno de dudas, pero con las ideas muy claras. En fin, una oscura contradicción
en si misma, un ser lleno de deseo contenido que deja escapar cada vez que
escupe en el lienzo para pintar una llama, o golpea con el pincel para crear un
sol cegador.
La película de Leigh esta más cercana de un film
reciente de Terrence Malick que del “experimento” Boyhood de Richar Linklater, por poner dos ejemplos fáciles de
codificar. Y esos “momentos de una vida”, como se subtituló en España la cinta
del texano, que están construidos de una forma que (maliciosamente) crean una
narración prolongada a lo largo de doce años reales, y por lo tanto, falsos,
cobran un realismo pragmático en los retazos sentimentales de Mr. Turner. A la media hora del film nos
podemos estar preguntando que historia nos quiere contar Leigh, que ha ido
retratando con un gran sentido de las puls(ac)iones el ser del hombre al que la
cámara escruta sin enfatizar, con una sencilla mirada bañada por la luz y
editada “a la inglesa”, podríamos decir. De primeras, sorprende que donde
muchos otros films han fallado, Mr.
Turner se atreve a ofrecer la cara oculta del artista. Una vez hemos
llegado a sentir al personaje nos preguntamos que más queda, hacía adónde irá
el film y que nos quiere contar. Y si no se entra en la propuesta de Leigh,
lejana a estas clásicas preguntas, el film puede hacerse tedioso y aburrido. Si
bien es cierto, que la duración es un tanto excesiva y en ocasiones la película
se vuelve reiterante, cada escena va sumando capas a la historia de un hombre
con un talento y una vida hecha, cuya única preocupación era captar una buena
luz y sentirse acompañado. ¿Y esto no es, al fin y al cabo, lo que buscamos
todos?
Se ha hablado, y se ha reconocido (ahí está el premio
en Cannes y en la Academia de Cine Europeo) la labor de Timothy Spall dando
vida a Mr. Turner. Y si logra una actuación conmovedora es por la misma razón
por la que triunfa el film, porque permite ver más allá de la figura del
artista. Vemos a un hombre lleno de complejos, cuya máxima expresión es el
gruñido de un cerdo y la mirada de una rata, celosa, desconfiada, al mismo
tiempo que consciente de su inigualable valor, de su calidad y su posición en
la historia (del arte). El personaje de Spall es tan alambicado, y llevado a
buen puerto por el actor, que los demás quedan resentidos. Además del trabajo
del guión, que da todo el peso a Mr. Turner.. Así pues, en él hay uno de los
retratos psicológicos más pulidos de la historia del cine británico, per el
resto son algunos más de los habituales chascarrillos ingleses.
En cuanto a la puesta en escena, el film sigue siendo
muy inglés en ese sentido: recto, firme… no arriesga, se muestra solido
sabiendo que lo importante es sacar lo que Mr. Turner lleva dentro, y para ello
no hay nada tan efectivo como un lenguaje sencillo, que deje hablar a lo que
sucede dentro del cuadro. No hay un énfasis por mostrar la labor creadora del
pintor, ni sus procesos de investigación. Todo queda en manos de la esencia y
las sensaciones de ver una silueta junto a un amanecer o un atardecer. Esa luz
tan maravillosa que hace que seamos capaces de sentir lo que el pintor anotaba
en sus cuadernillos. La música puntualiza debidamente aquellos momentos en los
que se le requiere, de manera sutil y cuidada. Y el montaje no deja puntada sin
hilo. En fin, una obra hecha con detalle, dedicación y devoción, que crea una
bella estampa de un ser humano dedicado en cuerpo y alma a la pintura y a la luz,
porque estaba lleno de sombras.
[1] Este año, nada menos, salen a relucir Stephen Hawkins
en La teoría del todo, Martin Luther
King Jr. en Selma, Alan Turing en Descifrando Enigma y Jason Hall, de la
mano de Clint Eastwood, en American
Sniper
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