*Esto no es una crítica, sino el razonamiento de la imposibilidad de una crítica como se merece hacia un cine que la esquiva. El caso: Inherent Vice (Paul Thomas Anderson, 2014)
Cuando afronte, aunque suena a caballo de batalla, cosa que no es,
mi primera crítica sobre el cine de Paul
Thomas Anderson en un medio de comunicación, en Mone monkey (web hoy cesada, no se puede acceder al enlace) y no
como simple blogger, no sabía que
decir exactamente de ella. La película era hermética tras un primer visionado,
confusa y extraña. Pero con un poder de atracción irresistible, tenía un alma
que palpitaba en cada plano, por muy opaco para el sentido y la orientación que
éste pudiera ser. La película era The
Master (2012). En aquella crítica tuve que refugiarme en Foucault
utilizando citas que me intentasen
llevar a la compresión, tales como: “La
enfermedad sería marginal por naturaleza, y relativa a una cultura en la sola
medida en que es una conducta que no se integra a ella”, y sentenciaba con
frases como “[…]le da al espectador la
posibilidad de pensar, de estar activo, de cuestionarse lo que ve y lo que
entiende”.
Recuerdo. O más que recuerdo, sé que no he escrito comentarios de
películas en ninguna web o algún blog, a excepción del que escribí sobre Pozos de ambición (There will be blood, 2007) en Labutaca.com.
Un comentario banal y a día de hoy desafortunado, movido más por la sensación
que por la razón y que demuestra lo verde que uno está cuando empieza a
“analizar” esto del cine. En ella decía cosas como: “una de las cinco mejores películas que he visto en mi vida”.
Además, le daba el Oscar a mejor película, la comparaba con Toro Salvaje (1980) de Scorsese y
soltaba ditirambos al estilo de: “Un
solido guión y montaje, la película se hace corta, quieres más, no importa, que
dure cinco horas si hace falta, no te quieres despedir, quieres acompañar a
Daniel hasta su muerte”. El único comentario negativo fue para la (ahora)
maravillosa banda sonora, que decía que no me encajaba, y en eso estaba el
interés de la misma. En fin… todavía me pitan los oídos cuando la leo y cuando
leo críticas de corte similar…
…entrando en Inherent Vice…
si bien mi fascinación por el cine de Paul Thomas Anderson se
mantiene inmaculada, un primer acercamiento a sus nuevas películas es ahora más
precavido y consciente de la dificultad de la empresa. Personalmente, no creo
que se pueda escribir un breve comentario crítico-analítico sobre sus últimas
películas y que tenga el suficiente poso para hacer huella en ellas. Pero si
que se puede hacer un esbozo pragmático como ha hecho Jordi Costa en Fotogramas. De las
regurgitaciones de Boyero
y del entusiasmo ciego (y por mi inesperado) de José Arce en La
Butaca, o del acercamiento de Fernando Bernal en Vice,
que se queda a medio camino (y que recoge algunas ideas que yo ya esbocé en mi
frustrado, por ahora, libro sobre Pozos
de ambición, que quizás algún día verá la luz, pero que después de dos
películas necesita una completa reescritura) poco puede el futuro espectador
rascar. Después están las “críticas” de compañeros bloggers que esnifan el halo de humo de la cinefilia “frágil”, cuya
máxima referencia para este nuevo film de P.T. Anderson es El Gran Lebowski (Joel Coen, 1998), con la que sólo se le puede
relacionar por la cercanía (no tan cercana) en el tiempo de producción, cierta
confusión narrativa en la de los Coen, que alcanza la inverosimilitud (en un
buen sentido) en la de Anderson (pero cuya herencia no es la película sobre
Lebowski sino El sueño eterno (1946)
de Howard Hawks), y, principalmente, en que el personaje es un fumeta atrapado en el tiempo. Pero no en
el sentido profundo del discurso. Especialmente mal me ha sentado esta
verborrea sin criterio alguno, y que, por desgracia son las que llenan las
bocas de muchos aspirantes a “críticos”, o críticos boyeros.
¿Qué puedo decir de Inherent
Vice? (Aparte de que me niego a llamarla como la mala (por cuestión de
cambio de sentido) traducción al español). Pues que la he visto una vez en el
ordenador. A Corea del sur todavía no ha llegado, y no parece estar en la lista
de próximos estrenos. Así que para sacar una valoración consecuente quería
esperar a tener, al menos, el DVD. Lo único que puedo atreverme a advertir es la
dificultad de formarme un criterio acerca del film después de un único
visionado. La película es muy espesa, como el cine reciente de su realizador, y
su(s) final(es) llenos de una melancólica derrota y desilusión no dejan un
aliento de goce para el espectador. Dejan un pesar, una carencia, el robo de
algo muy profundo. Algunos, los escépticos, lo llamarán un robo de tiempo. Los
interesados, una elegía que se torna personal y que todavía les ayuda a creer
en el cine.
Desde que P.T. Anderson se han constituido como cineasta personal
(o autor, si queremos llamarlo así), desde Punch-Drunk
Love (2002), dónde toda huella de Scorsese o Altman pasan a ser una nota a
pie de página y no la guía de estilo constituyente, ha ido configurando un
estilo donde la búsqueda de lo sencillo (que no lo simple) en la narración, y
el discurso bajo capas (que no inexistente), es decir, lo no dicho (al menos
por las palabras; o precisamente lo que las palabras dichas ocultan) son las preocupaciones
mayores para narrar esa “gran crónica de la Historia norteamericana” y que le
constituyen como “cronista contemporáneo” de la misma, como ahora se está
diciendo en tantas partes. Recientemente he estado releyendo y revisionando el
cine de Theo Angelopoulos, y considero
que son dos cineastas que en estos momentos no se encuentran tan distantes.
Pero dejaremos esto en el aire.
Así, de primeras, en Inherent
Vice nos encontramos con un universo superficial y contenido al mismo
tiempo. Tan complejo para la lógica como lúcido para con las sensaciones. Tan
denso y plúmbeo como frágil y resbaladizo. En fin, contradicciones, muchas, las
que hacen de la película un objeto no fácilmente prensil en las manos de un
crítico. Sinceramente, aunque sólo después de un primer visionado (algunos no
querrán darle una segunda oportunidad, cuando hay películas como esta que lo
demandan, con todo lo positivo y negativo que ello implica), me parece que es
la película más interesante en la filmografía de su realizador y del cine negro
reciente (tanto como relectura del género desde su pureza, como por su estilo
único y pretensión de querer ser un “clásico moderno” como se le tildará, pues
es lo que busca). Este comentario me recuerda un tanto a aquellos que escribí
sobre Pozos de ambición, por lo que
hasta aquí me quedo.
Entrando en el comentario fácil y breve (que el film no se merece)
pero que busca orientar al futuro espectador (cosa que no pretenden los
comentario crítico-analíticos de este blog, y por esto hemos encabezado esto
advirtiendo de no ser una crítica, y le estamos dando este estilo de
escritura), y que como ejemplo de lo que consideramos no se debe hacer… ¿qué
podemos decir?¿Qué podemos recomendar?¿Se lo van a pasar bien viendo Inherent Vice?¿La van a disfrutar? Lo
dudo. Dependerá del tipo de espectador, pero la película no se presta a ello.
¿Se te van a hacer largas las dos horas y media que dura? Probablemente.
¿Habrás vivido una experiencia cuasi mística, o al menos que te haya hecho
conocerte un poco mejor a ti mismo después de ver la película? Casi se puede
asegurar, para bien o para mal. De hecho, ahora me viene a la cabeza que el
último disco de Triangulo de Amor Bizarro, Victoria
mística, contiene una canción que se llama Robo tu tiempo. Con ella se abre el álbum. No hace falta unir la
comparativa, se entiende ¿no?
Hablando de triángulos. Muchos hablan de esta película como el
cierre a una trilogía, cosa que no comparto. En primer lugar, porque en ningún
momento he oído hablar al realizador de tal manera. En segundo, porque cada
película es una línea evolutiva que supongo seguirá trabajando. Además, ya se
ha dicho, muchos hablan de él como “cronista de la Historia norteamericana”
porque sus películas recorren todo el siglo XX de dicha Historia. En todas ellas
encontramos personajes similares y el contexto histórico se hace patente, sea
en el estilo formal o en el discurso. ¿Hay relación entre las dos anteriores y
esta? Si, evidentemente y de manera inequívoca. Pero también hay mucho de la
esencia de Punch-drunk Love. Y su
protagonista puede ser el más cercano al Sportello de Inherent Vice, que a Plainview en Pozos de ambición o los protagonistas de The Master. No quisiera acotar este film a una suma de tres,
cuando, si acaso, merece mención aparte, pues como Punch-drunk Love supuso un punto y seguido, esta da a entender algo
similar, pero con evidente desarrollo progresivo.
Sportello, Doc Sportello. Un personaje maravillosamente complejo,
al igual que simple. Esa contradicción que es en si misma la(s) película(s) de
Anderson, y por lo que molesta al público general. Un personaje creado por
Thomas Pynchon, pero que perfectamente forma parte del universo del cineasta de
California. Por momentos tuve la sensación de estar buscando al realizador, “se
ha perdido”, me decía a mí mismo, en una adaptación tan fiel al espíritu del
libro que se ha borrado por completo (cosa que, como se ha dicho, P.T. Anderon
va buscando película a película). Pero no es el hecho de borrarse, sino más
bien de la fusión de dos obras que hilvanan perfectamente y que se han encontrado
en el momento adecuado: en el de la deconstrucción narrativa con la que está forcejeando
P.T. Anderson (y que siempre ha formado parte de la obra de Pynchon, de hecho
ésta es su novela más lineal, junto con la última, Al límite), con el de la lucidez discursiva y de contenido
necesitada de dichas quiebras (que si bien en Pynchon llevan a la
sobreinformación, caos y confusión por acumulación, en Anderson se posicionan
en viceversa), al mismo tiempo que la apuesta por un formalismo más
transparente donde la mano del meganarrador se busca (falsamente) invisible.
Y bien se podría seguir escribiendo, pero lo dejaremos todo para
un futuro análisis. Las divagaciones primarias han llegado a su fin. Y si
mientras, alguien quiere empezar a tomar contacto con este cine tan atractivo
como disipador, puede leer el libro de José Francisco Montero sobre P.T.
Anderson editado por Akal.
Para hacerse una idea de lo que se puede esperar de esta película
e ir a verla (cosa que va dirigida al lector tipo de este blog), recomendamos
el texto de Jordi Costa linkeado más
arriba y que viene a decir lo que otros dicen pero con más criterio y/o salero.
Para repetir lo mismo que él y sumarle lo que otros han dicho, tanto
bueno como malo ya están los otros enlaces linkeados,
pues, al fin y al cabo es todo lo que se puede rascar (todos tienen su razón)
en un primer contacto con esta película tan rica como parca, tan interesante
como letárgica, tan… bueno, mejor dejarlo aquí que llega la repetición, y con
la repetición la confusión, y la duda, y…
Texto adicional:
The Master (Paul Thomas Anderson, 2012) Publicado en Mone Monkey, revista digital participativa.
Texto adicional:
The Master (Paul Thomas Anderson, 2012) Publicado en Mone Monkey, revista digital participativa.
El mar de la intranquilidad. The Master (Paul Thomas Anderson)
Un mar revuelto por el oleaje que un navío provoca a su paso,
salpicado por la inquietante y desgarradora música de Jonny Greenwood. Así da
comienzo The Master, la última
película de Paul Thomas Anderson. Esta
imagen se producirá en dos ocasiones más, cuando su protagonista, Freddie
Quell, tenga sendos viajes (iniciáticos) en su vida: su inclusión como miembro
de La Causa, una nueva religión creada por el
Lancaster Dodd, “escritor, doctor,
físico nuclear, filosofo, pero, por encima de todo, un hombre”; y cuando
decide alejarse de esta. El mar como metáfora del turbio y cambiante estado
mental que sufre Freddie causado por los traumas de la Segunda Guerra Mundial,
el alcohol y su obsesión sexual; la turbiedad de las aguas como el avance hacia
una causa personal y egocentrista, que esconde la falta de rumbo o dirección en
el discurso de Lancaster Dodd. Freddie podría ser un claro objeto de estudio
freudiano o un referente de las predicaciones de Foucault, quien en su libro Enfermedad mental y personalidad (1961)
nos habla de dos condicionantes: las dimensiones psicológicas de la enfermedad
(que surgen del mismo individuo:
evolución, historia individual y existencia) y las condiciones de la enfermedad
(que se basan en el individuo y su entorno). Como dice Foucault: “La enfermedad sería marginal por naturaleza,
y relativa a una cultura en la sola medida en que es una conducta que no se
integra a ella”. Como Lancaster Dodd le confiesa a Freddie cuando ambos son
encerrados en prisión y su discípulo destroza la habitación en un ataque de ira
condicionado por el miedo al aprisionamiento: “Yo soy la única persona a la que le caes bien. La única”. Queriendo
decir con ello, que es el único que le acepta con su desequilibrio mental, el
único que quiere ayudarle. Todo entronca también con la exclusión de la
sociedad y reclusión en un centro de aislamiento que los enfermos mentales
padecen en culturas avanzadas que quieren ocultar al ser imperfecto: el enfermo
al hospital, el loco al asilo, el asocial a la prisión… todos con cabida en la
guerra, que no hará más que agravar su enfermedad. Todas estas cuestiones están
tratadas en The Master con una
maestría tal, válgase la redundancia, en la que todo sobrevuela el ambiente, mediante una
narración de un aparente clasicismo en su puesta en escena pero que en su
estructura resulta ser tanto o más innovadora que la propuesta ejercida por
Terrence Malick en El árbol de la vida
(2011). Una trama sencilla guía el relato y crea una lógica interna de la
evolución dramática del film para que el espectador no se pierda: Freddie
Quell, sin rumbo en la vida conoce a Lancaster Dodd y le acompaña en el
surgimiento y auge de su nueva religión. Teniendo esta base, Anderson llena la
película con secuencias que no siguen una lógica causal, es decir, una
secuencia no sigue a la otra por lo sucedido en la anterior, sino que son como
momentos de vida en la evolución de La Causa y la relación de ambos personajes.
Algo ya practicado por el cineasta en la primera parte de su anterior
largometraje, Pozos de ambición
(2007), ahora más trabajado y depurado si cabe.
Bajo esta serie de secuencias, unidas con solvencia y cohesionadas
por esa trama base que hace que el espectador no se sienta perdido ni necesite
de una voz over que lo hile todo, se encuentra un magma que nos habla de temas
tan trascendentales, arquetipos, como la construcción del yo, la yuxtaposición
de contrarios que necesitan un equilibrio para no destruirse, la marginalidad,
los frenos al progreso o el temor que de este tienen las mentes más
conservadores o escépticas, etc. temáticas universales que Anderson plasma en
el devenir de la construcción de la sociedad norteamericana y que lo convierte
en uno de sus cronistas más importantes (los orígenes del capitalismo en Pozos
de ambición, el paso de la ilusión al desencanto entre los setenta y ochenta en
Boogie Nights (1997), el auge de la
mediatización, la explotación televisiva y el temor al rechazo en durante la
década de los noventa en Magnolia
(1999), los traumas y miedos de una nación que se intenta hacer camino en la
década de los cincuenta en The Master).
Pero, más interesante es como sus películas logran ser paradigmas de su tiempo,
aunque estén ambientadas en otra época, y en The Master resuenan los ecos de esta sociedad en crisis, creando
una doble lectura entre lo que vemos (el soldado que regresa traumatizado de
una guerra, el maestro al que todos acuden para buscar una mejora en su
pesarosa vida, éste que se piensa salvador pero que no es más que un buen
orador sin soluciones para afrontar problemas reales y que todo lo ancla al
pasado mientras gesta un discurso para el futuro) y lo que pensamos (la crisis,
el regreso de las tropas de Irak, la cienciología y la religión en general, la
necesidad de creer en algo, la marginación del diferente, la alienación). Todo,
y esto es lo que engrandece a The Master
y a Anderson, construido de forma subyacente, bajo una poética desgarradora que
nos habla de multitud de temas y reflexiona ante problemáticas de completa
actualidad mostrando al mismo tiempo un auge y remitiendo a su consecuencia,
con una capacidad hermenéutica que pocos realizadores de hoy día logran
conseguir, o se arriesgan a intentar. Y es que la maestría es para quien decide
dar un paso más allá y distanciarse de cánones y estructuras preestablecidas
que más que unas pautas a seguir se han convertido en una ley que impera en
cualquier producción hollywoodiense de hoy en día. Por ello es necesario un
cineasta como Anderson, que le da al espectador la posibilidad de pensar, de
estar activo, de cuestionarse lo que ve y lo que entiende, al mismo tiempo, y
esto es lo complicado, de atrapar con una historia atractiva y bien llevada a
cabo, llena de imágenes imborrables, secuencias magníficamente construidas,
diálogos a los que no le sobra una palabra interpretados con una engañosa
sencillez y sobriedad por Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman y Amy Adams.
Sin lugar a dudas, una de las películas más complejas, intensas y arriesgadas
que veremos este año que acaba de comenzar.
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