David Cronenberg es, sin lugar a dudas uno de los cineastas que
mayor repercusión está teniendo en este comienzo de siglo. Especialmente desde
ese giro que supuso Una historia de
violencia (2005). Una vuelta de tuerca no tan radical como algunos quieren
hacer ver, y que ya se palpaba en Spider (2002).
Con la dupla protagonizada por Viggo Mortensen, siendo Promesas del este (2007) la que mejor aúna todos los elementos que
Cronenberg quiere traer a escena, la crítica se dividió entre aquellos que
vieron la maduración de un gran cineasta, y los que pensaron que se había
recogido en el clasicismo y había dejado a un lado aquello de “la nueva carne”
para tirar de “en el principio era el Verbo”. Pero (casi) todos coincidían en
la calidad de ambas propuestas.
La siguiente pareja, que incidió en esto del Verbo, fueron Un método peligroso (2011) y Cosmópolis (2012), perfectas armas de
doble filo, películas más arriesgadas, menos encorsetadas que las anteriores,
es decir más irregulares pero mucho más interesantes, pero perfectas para
atacar al cineasta y pedirle que vuelva a la senda que un día decidió convertir
en un caminito del deseo por el que sus películas, todavía ahora, caminan al
tomar ciertos atajos que nos acerquen a los debidos clímax.
Así pues, muchos han recibido con cierta sorpresa y goce Maps to the Stars (2014), donde esa
turbiedad palpable acompaña en mayor medida que sus anteriores films a la
turbiedad verbal, que sigue estando presente, con más acidez si cabe. Será
porque las voces que criticaron la adaptación de DeLillo ahora han hablado
demasiado alto, pero en general se está de acuerdo en que se ha recuperado a un
Cronenberg más desagradable, desmesurado, hipnótico, irónico y que te retuerce
las tripas al terminar el film… es decir, a un Cronenberg mejor. Si bien es
cierto que estos adjetivos son afortunados, desde nuestro punto de vista el
último film de Cronenberg no es una gran película, y mucho menos destaca dentro
de su filmografía. Es, como se suele decir, “un juguete roto”. Algo con lo que
el realizador quiere jugar, hacer algo divertido y demoledor, pero ciertas
ataduras y deslices le pasan factura por no haberse decidido a centrarse en
aquello que más le interesaba.
Respecto a la supuesta radiografía de Hollywood, en este año pájaro tan “dentro del Sistema”.
Cronenberg ha dejado claro en varias entrevistas que Hollywood le interesa bien
poco y que no quiere hacer una película de estudio allí. De hecho, Maps to the Stars tardó casi una década
en realizarse. Lo que al cineasta le interesa es la turbiedad de una familia
disfuncional como la que retrata, que por insistencia del guionista resulta
formar parte de la jet set
cinematográfica. Esto provoca que la radiografía de dicha familia sea fría y hasta
cierto punto artificial, provocando un distanciamiento que nos permite observar
la muerte a lo bonzo de la madre sin parpadear. Poco o nada nos importa lo que
sufra esa familia, y eso en una época donde la banalización de la muerte ha
sobrepasado los límites, dice mucho de los valores del film. Otro punto, más
interesante sobre el que encajarla es el de el coste del éxito y los fantasmas
del pasado, y ahí el film ya tiene más interés, pero la realización no es del
todo acertada y resulta bastante previsible.
Surgen ciertas críticas, puyas, y algún que otro reconocimiento a
nombres y derivas de la Industria, pero estas son debido al contexto y no son
transcendentes, por lo que hablar de radiografía de Hollywood no nos parece pertinente.
Por experiencia personal, no sé cómo funciona ése lugar más allá del imaginario
colectivo, por lo que tampoco puedo poner en mi boca dichas palabras, pero si
nos centramos a la “radiografía” de la representación hollywoodiense, y por
consiguiente del funcionamiento de la Industria, diría que el film más
significativo al respecto en los últimos años ha sido Stoker (Park Chan-wook, 2013), también protagonizado por Mia
Wasikowska.
Y en la joven actriz han caído las críticas más ácidas. No sé si
será por cuestión personal, o porque he visto otra película, pero es justamente
la interpretación de Wasikowska la que me ha parecido más interesante y
relevante. Especialmente el momento más destacado, o que por un instante me
hizo sentir que la película tenía vida más allá de su manierismo es a la hora y
media, después de que Aghata (Wasikowska) vea a su novio Jerome (Robert
Pattinson) haciendo el amor con Havana (Julianne Moore) en el coche. Cuando
Havana entra le dirige la palabra de mala manera a Aghata, su mirada produce un
tic casi imperceptible pero que te
hace sentir que le ha pasado algo, es ese invisible interior que sólo el cine
puede capturar y no que se logra en cualquier película. Sólo por ese cambio de
mirada (interior, insistimos) de Wasikowska la película nos parece que tiene su
merito, pues para llegar a él ha habido un trabajo sobre la caída del (o en el)
trauma tan en picado, casi como en un film sobre Cassavetes (sin llegar, por
supuesto, a esa exaltación del sentimiento del film que vibra en sus imágenes),
que cuando esa pupila se dilata todo explota. Y pese a que el final, tan
shakesperiano como grotescamente
sardónico, nos resulta un tanto fallido en la intención de irrealidad que
busca, tiene una salida en los ojos de verdad de Agatha-Wasikowska. ¿Pura
contradicción?
No hablaremos de la interpretación de Moore, pues ha quedado claro
que éste ha sido (uno más) su año, y que es una magnífica actriz. Todos hablan
de ella en esta película y por ella se llevó el premio de interpretación en
Cannes. Pero su personaje podría ser prescindible. Esos minutos podrían estar
dedicados a hacer llaga en la herida familiar, que casi hay que intuir
siguiendo la historia del repelente hijo, Benjie (Evan Bird), que aúna los peores
tópicos de interpretación sobre la interpretación (y más de un niño) como
momentos de brillantez con líneas de diálogo que saliendo de su boca de púber
hacen arder el estomago. Como el primer diálogo con sus amigos famosos, un
chico al que más adelante le matará a su perro por ir drogado (otra escena
previsible y que vuelve a dejarnos impasibles sobre la pantalla), y un par de
chicas (que ponen más voto que voz).
Porque al fin y al cabo, y volvemos al principio, quizás lo
primero en Cronenberg no fue el Verbo, pero ahora ha tomado la palabra y sabe
que si quiere encontrar esa huella de Persona
que tanto palpita en sus últimas películas, es mucho más interesante la palabra
que el gesto, porque el terror se genera en nuestro imaginario. Cosa que, entre
otras cosas, ponía de manifiesto en la que para nosotros es una de sus mejores
películas, y nos atreveríamos a decir que la más lograda (o interesante) en lo
que va de excéntrico siglo, Un método
peligroso (2011), expresión que también sirve para definir las mezclas tan
llamativas que está probando el realizador canadiense.
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