“Yo me metí en un barco italiano al que llegué nadando desde Agia Triada, en Esmirna.
[...] Embarqué sin camisa y con los pantalones rotos. Por fin llegamos a Keratsini. Estaba hambriento”.
Extracto del monólogo de Agamenón en El viaje de los comediantes,Theo Angelopoulos, 1975.
El cine de Theodoros Angelopoulos actúa como compendio de
todo el cine moderno y es uno de los pocos realizadores que, actualmente, siguen desafiando al espectador,
confiando en que todavía existe el público inteligente, aquel que no se limita
a contemplar, sino a reflexionar. Por ello, podemos decir que el cine de
Angelopoulos es un cine tanto de contemplación como de reflexión. En la década
de los sesenta, después de comenzar estudios de Derecho y hacer el servicio
militar, el director griego se asienta en París, en la Facultad de Letras de la
Sorbona. “En aquellos años, a París llegaba cine de todas partes del mundo,
el Cinema Novo, el cine de los países del Este, Wajda y, por supuesto, Bergman,
Buñuel, Antonioni y la Nouvelle Vague”1, del que el realizador, trabajando
en la Cinemathèque, absorbe y formará una de las múltiples capas que
componen la estructura de su filmografía.
Andrew Horton elabora una serie de características que
permiten hacerse una idea acerca del cine que profesa este autor: Angelopoulos
enmarca sus películas dentro de la tradición cultural y mitológica griega; los
“personajes” actúan, pocas veces hablan, y cuando lo hacen apenas evocan sus
sentimientos internos, que el espectador deberá descubrir interpretando cada
acción presente en la película; ofrece un cine fronterizo, situado en la Grecia
rural, del norte, cerca del Epiro (frontera con Albania) y Tracia (fronteriza
con Turquía y Bulgaria), fronteras traspasará en sus últimas películas; es un
director preocupado por el pasado y presente de los Balcanes, pero que hace un
cine universal, los problemas que plantea pueden aplicarse al comportamiento
contemporáneo en muchísimos países del mundo; juega con la noción de
“reconstrucción” y “representación” cinematográficas; es uno de los cineastas paisajistas
más importantes y reconocidos. Estas esbozadas características se irán
elaborando a medida que avance el presente trabajo.
El viaje de los comediantes (O thyassos, 1975, Theo Angelopoulos) es una
película en las que se encuentran la gran mayoría de las características
propias del cine de Angelopoulos, además de ofrecer una reflexión interna del
medio cinematográfico y los logros conseguidos con la modernidad, como los
citados por Francisco Javier Gómez Tarín: la ausencia de un protagonista
individual, la prioridad del carácter mostrativo sobre el narrativo, el
desmantelamiento de la sutura (quiebra del plano/contraplano) y la
reivindicación de la frontalidad. Entre otros aspectos que veremos más adelante
en el análisis de varios fragmentos del film.
El viaje de los comediantes es una película difícil de resumir en una sinopsis debido
a sus continuos saltos temporales y que no haya una trama que vaya
evolucionando de forma clásica, más bien, se compone de una serie de episodios
histórico-político-culturales en los que un grupo de comediantes participan o
presencian entre 1939 y 1952 en Grecia, mientras intentan llevar a cabo la
representación de la obra teatral “Golfo, la pastora”, siempre interrumpida por
la Historia. A lo que se suman las derivas internas dentro de la propia
compañía teatral, provocadas por la historia externa. Una frase de Shakespeare
ejemplifica lo que significa esta película y su relación con el cine
contemporáneo: “En cualquier momento la historia puede invadir la obra y
cambiar el texto”.
El film
de Angelopoulos abarca historia, mitología y cultura griegas (la Odisea de
Homero y la Orestiada de Esquilo, el mito de las Atridas, los Karaghiozis
–títeres populares-, danza y música regional griega), teatro (Bertolt Brecht,
Golfo, la pastora –pieza teatral popular griega.), cine (el musical americano,
Miklós Jancsó, Antonioni, Mizoguchi), etc. Cuestiones en la que profundizaremos
a continuación y que hacen de esta película y su forma de representación una
pieza clave del cine contemporáneo y de la historia del cine en general.
Además de ser una película hermosa (como toda la
filmografía de Angelopoulos); y como defendió Jean-Luc Godard en su artículo
para Cahiers du Cinema, Bergmanorama: “decir de ellas que son
las películas más hermosas es decirlo todo. Y solo el cine puede permitirse
utilizar este razonamiento infantil sin falsa vergüenza”.
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